El miedo y la preocupación son el núcleo de la ansiedad. Las personas que la sufren tienen una gran facilidad para preocuparse por casi cualquier “problema” que la vida cotidiana les presenta, resultando muy difícil controlarlo. Ser una persona responsable y vivir siempre preocupado no son sinónimos. Ser “muy responsable” parece significar estar permanentemente corriendo para cumplir con todo, la casa, los niños, el trabajo o los estudios, siempre pensando y “preocupándote” por los demás, intentando resolver todo lo mejor posible. Pero no somos dioses y si cuando aparecen un imprevisto nos centramos en imaginar el peor resultado posible, la ansiedad no tardará en aparecer.
Para que lo entiendas mejor voy a ponerte unos ejemplos:
Nuestro hijo llega tarde y empiezo a pensar: ¿qué le habrá pasado? ¿habrá tenido un accidente?
Para terminar quiero explicarte brevemente que ocurre en nuestro cerebro cuando sentimos ansiedad. La parte del cerebro que nos interesa para entender la ansiedad es la zona límbica y más específicamente, una estructura llamada AMIGDALA (no confundir con las de la garganta). Ahí están almacenadas todas nuestras emociones como la rabia, el amor, el deseo, la felicidad y también la ansiedad. Una de sus principales funciones es la de vigilar. Si nota el más mínimo indicio de peligro, dispara la alarma y envía mensajes de miedo a distintas partes del cerebro, activando el proceso de la ansiedad. Sube la adrenalina, nos late el corazón más deprisa, empezamos a sudar y los músculos se tensan. Este sistema no es capaz de pensar ni razonar, actúa directamente sobre la información que recibe de nuestros sentidos y si en algún momento recibe una señal que coincida con un peligro pasado, dispara la alarma en forma de ansiedad.
Fuente: http://www.controlatuansiedad.com/que-la-produce.html Autora: Patricia Hales